Ahora que podemos decir verdades, porque como se ha acabado la semana santa, que de santa cada vez tiene menos, vamos a relatar todas las mamarrachadas que se nos imponen año tras año. 

Yo no puedo respetar una fiesta que no respeta al que no la celebra. Lo siento pero no va conmigo. No me gusta que pringuen las calles de mi ciudad con cera de unas velas que no hacen más que alumbrar el paso de la vergüenza. El paso de quienes gastan miles y miles de euros en mantener una tradición que empeñan en decir "es del pueblo, no de la iglesia", mientras pregonan por nuestras calles el sadismo más cruel y el recochineo más patente posible. No me gusta que eleven sus presupuestos -de por sí ya altos- mientras hay vecinos nuestros pasando hambre. No me gusta que se señale a cualquier político que por cuestiones de fe, principios o por lo que sea, decida no asistir a cualquier paso. A nuestros políticos, lamentablemente, se les puede señalar por mil cosas, pero no pregonar esa hipócrita fe no es una de ellas.

Y si se molesta algún cofrade, que no me perdone, pues su perdón no me sirve para nada. Da mucha rabia ver cómo un pueblo entero DEBE volcarse con esta fiesta -y recalco el debe para que sepáis que la fiesta es una imposición-, y si te dignas a cuestionar la palabra del altísimo, te tachen del mayor de los intolerantes. Menos mal que no nací hace unos cuántos siglos, sino la Inquisición debería reinventar su repertorio para explayarse con mi cuerpo.

No busco crear polémica, porque si lo hiciese, hubiese publicado esto un Domingo de resurrección, quizás con la esperanza de que resucitéis vuestras mentes aletargadas y servidas en pos de unas asociaciones que lo que hacen es enriquecerse a costa de vuestra fe mientras vosotros, pobres capillitas míos, lloráis por cualquier vírgen y por cualquier Cristo que baile por vuestras calles. 

No voy a entrar a juzgar la hipocresía de muchos cofrades, porque eso no es que me diese para otro artículo, es que me daría para un blog entero y me sobrarían anécdotas para rellenar cuantas columnas se me antojasen, pero deberíais haceros mirar si cumplís la palabra de ese a quien llamáis Dios.

Lloráis porque a vuestro Cristo le ha llovido mientras tenemos refugiados que duermen sobre el barro, mientras asesinan inocentes a costa de bomba y kalashnikov y mientras en España sobrevivir se está volviendo misión imposible para muchas familias.

Rezad, no vaya a ser que el manto de vuestra vírgen se destiña a causa de una lluvia. 


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